Sobre el Divorcio
Marcos 10:1-10
El divorcio nunca fue un mandamiento ni una forma de agradar a Dios. Sin embargo, Moisés lo permitió, no para aprobarlo, sino para regularlo. La Ley reconocía que el pecado había corrompido cada área de la vida humana, incluso el matrimonio. Sin límites claros, los hombres podían abusar de sus esposas o simplemente desecharlas.
La carta de divorcio funcionaba como una protección legal: impedía que una mujer fuera acusada de adulterio y le daba la posibilidad de rehacer su vida, asegurando cierta provisión y reconocimiento en la sociedad. Así, la Ley servía como resguardo contra abusos mayores y ofrecía un camino de libertad a quienes sufrían situaciones difíciles.
El problema real, como Jesús señaló, era el pecado del corazón endurecido (Mr. 10:5): egoísmo, falta de amor, dureza y abuso. En ese contexto, el divorcio representaba un acto de misericordia doble:
a) Para el marido abusivo, que no recibía un castigo inmediato de muerte, sino que se le permitía un marco regulado.
b) Para la esposa abusada, que encontraba una vía para sobrevivir y no quedar totalmente desamparada.
De esta manera, el divorcio fue permitido como protección para los más débiles, no como el ideal de Dios para el matrimonio. El plan de Dios siempre fue un pacto de por vida (1 Co. 7:10-11).
Ahora bien, la Biblia señala dos circunstancias específicas en las que el divorcio puede considerarse legítimo:
Adulterio físico (Mt. 5:31-32). Jesús afirmó que la inmoralidad sexual rompe el pacto matrimonial en lo más profundo, y por ello se permite el divorcio en ese caso. Aun así, siempre debe buscarse primero la reconciliación y el perdón.
Abandono por un cónyuge incrédulo (1 Co. 7:15). Si el esposo o esposa no creyente decide dejar la relación, el creyente “no está sujeto en tal caso”. La ruptura proviene del incrédulo, y el creyente queda libre.
Además, en situaciones de abuso real y grave, aunque la Biblia no lo mencione directamente como causal de divorcio, se reconoce la necesidad de separación para resguardar la vida y la integridad de la persona afectada.
En conclusión, el divorcio no es el diseño de Dios ni un mandato, pero fue permitido en la Ley como un límite para proteger al más débil y sigue siendo considerado bíblicamente válido solo en casos extremos: adulterio, abandono por un incrédulo, o separación necesaria por causa de abuso.